Sunday, December 22

Doxeo y violencia en tiempos de ajuste: el caso de Ariadna Gallo

Por: Mariano Quiroga

Entre los ruidos metálicos de las vías y el murmullo de los pasajeros, Ariadna Gallo, politóloga e investigadora del CONICET, decidió tomar la palabra. Con un tono cálido pero decidido, empezó a hablar sobre el desfinanciamiento de la ciencia y la educación en la Argentina gobernada por La Libertad Avanza. Su mensaje, cargado de datos y argumentos, buscaba despertar conciencia en un contexto donde el conocimiento público parece cada vez más desvalorizado.

Como sucede en estos casos alguien la grabó. El video, que al principio circuló de forma tímida entre algunas cuentas en redes sociales, no tardo en explotar. En pocas horas, se habia viralizado, comentado y compartido. Pero el destino del mensaje de Ariadna lejos estuvo de la reflexión y el debate sobre el recorte a la ciencia. Al contrario, se transformó en el epicentro de un ataque feroz, liderado por el creador de contenido libertario Tipito Enojado.

Lo que ocurrió después fue un retrato descarnado de los tiempos que corren, donde la violencia digital y el desprecio por el conocimiento se cruzan con las dinámicas de las redes sociales para silenciar voces críticas.


Del vagón al linchamiento digital

Apenas Tipito Enojado, cuyo nombre real es Pablo Martínez, compartió el video en sus plataformas, todo se distorsionó. En lugar de discutir el contenido del mensaje de Ariadna, Martínez prefirió enfocarse en ella como persona. Publicó detalles de su salario como investigadora, sugiriendo que vivía en una burbuja de privilegio ajena al esfuerzo del “argentino de a pie”.

Esa no fue la única línea de ataque. Martínez activó a su enorme red de seguidores, que se dedicaron a buscar y difundir más información personal de Gallo: dónde trabaja, qué temas investiga, incluso detalles sobre su vida privada. En cuestión de horas, Ariadna se convirtió en el blanco de insultos, amenazas y mensajes cargados de odio.

Pero el acoso no se quedó en lo virtual. Compañeros de trabajo de Gallo reportaron llamadas intimidantes, y la investigadora empezó a recibir amenazas en su teléfono personal. Lo que había comenzado como un acto de conciencia en el subte terminó convirtiéndose en una prueba brutal de cómo opera la violencia digital organizada.


El papel de las redes sociales en la escalada del conflicto

El caso de Ariadna no es aislado. Las redes sociales, que alguna vez fueron vistas como herramientas para democratizar la conversación pública, se convirtieron en espacios donde las dinámicas de odio encuentran un terreno fértil.

El video original, cargado de un mensaje positivo, circuló primero en pequeñas comunidades online. Pero cuando llegó a las manos de un creador influyente como Martínez, la narrativa cambió. En lugar de amplificar el mensaje sobre la importancia de la educación pública, lo que se viralizó fue la figura de Gallo como un “enemigo público”.

Las redes sociales funcionan de manera predecible en estos casos. La indignación –fabricada o espontánea– se transforma en un combustible que alimenta comentarios, memes y publicaciones cada vez más agresivas. Los algoritmos priorizan estos contenidos porque generan interacción. Así, la violencia simbólica no solo se propaga, sino que además se monetiza: los creadores de contenido ganan visibilidad, seguidores y, en muchos casos, ingresos económicos gracias al escándalo.


Doxeo y acoso digital: el lado oscuro de la conectividad

El doxeo, es la práctica de difundir información privada para intimidar o dañar y fue una de las herramientas clave en el ataque a Gallo. Su salario, obtenido a través de fuentes públicas, fue presentado como evidencia de su supuesto “privilegio”. Pero no se trató solo de números: lo que siguió fue una cacería digital donde cientos de usuarios comenzaron a escarbar en cada rincón de su vida.

El doxeo no ocurre por accidente. Responde a una lógica planificada donde los atacantes buscan maximizar el impacto del daño. Una vez que la información se publica, la viralización es imparable, y las víctimas quedan expuestas a una avalancha de hostigamiento.

Ariadna, como muchas otras personas atacadas en redes, intentó mantener la calma. Pero el impacto emocional y profesional de este tipo de acoso es profundo. Además de lidiar con el miedo constante, estas situaciones envían un mensaje a otros: hablar tiene costos, y esos costos pueden ser demasiado altos.


El rol de las plataformas: entre la indiferencia y la complicidad

En medio de esta avalancha de violencia, las plataformas de redes sociales parecen ausentes. Aunque tienen políticas contra el acoso y la divulgación de información privada, en la práctica estas reglas se aplican de manera lenta y poco efectiva.

El contenido que incita al odio contra Ariadna permanecio online durante días, acumulando miles de interacciones. Mientras tanto, las denuncias presentadas por ella y otras personas apenas recibieron respuestas automátizadas.

Este caso abre preguntas urgentes: ¿hasta qué punto son responsables las plataformas cuando permiten que sus espacios se utilicen para dañar a alguien? ¿Por qué los algoritmos priorizan el contenido conflictivo, incluso cuando es perjudicial? ¿Y qué pasa con los creadores que lucran incitando al odio?

Las plataformas tienen recursos para actuar, pero la realidad muestra que prefieren priorizar el engagement por encima de la ética. Si bien los marcos legales empiezan a evolucionar en algunas regiones, la falta de regulación global permite que estas dinámicas se perpetúen.


La resistencia como acto cotidiano

A pesar de todo, Ariadna lejos de quedarse en silencio reflexionó sobre lo ocurrido y reafirmó su compromiso con la defensa de la ciencia y la educación pública. “Esto no es solo sobre mí; es sobre un modelo de país que no quiere que pensemos, que no quiere que nos organicemos”, declaró.

Su historia es un recordatorio de que, aunque el odio y la desinformación parecen dominar el escenario, la resistencia sigue siendo posible. Hablar en un vagón de subte, convertir un ataque en una oportunidad para denunciar, insistir en la importancia del conocimiento: esos gestos, por pequeños que parezcan, tienen un poder transformador.

En tiempos de polarización extrema, el caso de Ariadna nos invita a mirar más allá de las redes sociales y sus dinámicas tóxicas. Nos recuerda que el conocimiento, la educación y el pensamiento crítico no son privilegios, sino derechos fundamentales. Y que defenderlos, incluso frente a los ataques de los hater, sigue siendo el único camino hacia un futuro mejor.

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