Sunday, December 22

El teatro del vacío: Milei, la ciencia y el espejismo del progreso

Por: Mariano Quiroga

Javier Milei eligió el Polo Científico como escenario, no para dialogar, sino para performar. Llegó evitando la entrada principal, rodeado de su gabinete y una seguridad desproporcionada, mientras investigadores lo esperaban con pancartas: “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”. Su primera visita al corazón de la ciencia pública argentina no buscó encuentro, sino un acto de cinismo.

Desde que asumió, Milei convirtió la destrucción de lo público en su misión. En el Conicet, los recortes son brutales: despidos, becas congeladas y programas estratégicos suspendidos. Aun así, eligió el Centro Cultural de la Ciencia, epicentro de esa devastación, para inaugurar la Semana de la Inteligencia Artificial. Los paneles ignoraron a los científicos argentinos que, hasta hace un año, lideraban la región, destacando en cambio a CEOs y empresarios, únicos protagonistas de su visión de país.

En este marco, Milei habló de inteligencia artificial como si fuera un descubrimiento propio, desconociendo el trabajo previo que su gestión desmanteló. Hasta fines de 2023, Argentina tenía un programa financiado por el BID que unía investigadores y pymes en un modelo público-privado. Este adhería al protocolo de Montevideo, que promovía un uso ético de la tecnología. Hoy, nada sobrevive. La ciencia argentina, precarizada, desapareció del relato oficial.

Un discurso hueco en un país vacío

El tono del presidente fue calculadamente vacío. Entre referencias a la fe y críticas al comunismo, presentó la inteligencia artificial como “el último peldaño del destino humano”. Lo hizo sin mencionar riesgos, regulaciones ni el rol del conocimiento público. Su discurso apuntó solo a empresarios, exaltándolos como héroes de un país que, según él, sobrevivió al “colectivismo” gracias al ingenio individual.

Prometió tierras en la Patagonia para servidores y energía barata para centros de datos, como si el desarrollo fuera solo infraestructura y no personas. Esta oferta, dentro de un esquema de desregulación absoluta, convierte a Argentina en un país extractivo, mera plataforma para que otros capitalicen recursos.

La inteligencia artificial, en su versión, no es una herramienta para el bien común, sino un fetiche que perpetúa desigualdades. No hay espacio en su narrativa para abordar el impacto social ni cómo integrarla en un modelo inclusivo. Ética, soberanía y valor agregado son conceptos ausentes.

Un país sin actores, solo objetos

Milei se presenta como el gran reformador, pero su visión de la ciencia es colonialista. Argentina no es, en su relato, un productor de conocimiento, sino un proveedor de recursos baratos y mano de obra precarizada. La ciencia pública, base de la soberanía, es para él un gasto innecesario. De ahí que el Conicet sea su blanco predilecto.

El ajuste y vaciamiento no son casuales: buscan desmantelar la capacidad estatal de impulsar el desarrollo tecnológico. Sin ciencia pública, el país queda reducido a mercado dependiente de tecnologías importadas. La entrega de tierras para servidores simboliza esta lógica: lo que antes era espacio para construir, ahora es terreno a ocupar.

En este esquema, los trabajadores de la ciencia son invisibles. No hubo mención a despidos ni programas suspendidos. Tampoco a becas congeladas ni a la precarización de miles de investigadores. Para Milei, ellos no existen, porque no encajan en su relato de progreso sin actores.

Tecnología sin ética, progreso sin pueblo

La inteligencia artificial, presentada como panacea, aparece en su discurso sin dimensión crítica. No se habla de riesgos al concentrar estas herramientas en corporaciones ni de las implicancias éticas de su uso desregulado. Tampoco del impacto en desigualdad, exclusión y vigilancia.

El desdén hacia el conocimiento público evidencia un proyecto que ve en la tecnología un negocio, no un bien social. Promesas de crecimiento basadas en desregulación y explotación excluyen a los argentinos como protagonistas, relegándolos a espectadores.

Una resistencia silenciosa

Afuera, investigadores resistieron con carteles y declaraciones. Denunciaron el cinismo de un presidente que destruye mientras dice construir. Recordaron que la ciencia no es un lujo, sino una necesidad para cualquier país que aspire a algo más que ser colonia.

La resistencia, aunque silenciada, recuerda que el conocimiento no es solo herramienta, sino acto político. En un contexto de desmantelamiento, seguir investigando es un gesto de dignidad.

Milei puede prometer tierras y desregulación, pero no puede borrar la memoria ni el trabajo de quienes hacen ciencia. Porque el futuro, aunque intenten, no se construye con discursos vacíos ni promesas a CEOs, sino con ideas, trabajo y la convicción de que el conocimiento es resistencia.

Conclusión

La visita de Milei al Polo Científico no fue gobierno, sino performance: un espectáculo que refuerza su narrativa de destrucción creativa. Pero detrás de los flashes y palabras vacías, queda el vacío de un proyecto que no incluye personas.

El desafío no es solo resistir este vaciamiento, sino pensar alternativas. Como recordaron los carteles en el Polo Científico, la ciencia no es cara. Cara es la ignorancia, y más caro aún el silencio.

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