Thursday, January 2

Elogio al Abandono: Una Reflexión desde el Pensamiento Peronista

Por: Mariano Quiroga

El peronismo, desde su nacimiento, fue un movimiento profundamente ligado a la lucha y la conquista: derechos sociales, justicia y soberanía fueron sus banderas historicas. Sin embargo, en el contexto actual de la hipermodernidad, caracterizada por la obsesión en la perfección, el control y la productividad, resulta valioso reflexionar sobre el planteo de Oliver Burkeman en su libro Meditación para mortales. El autor destaca el valor de “darse por vencido”, un concepto que, lejos de evocar resignación, invita a una reinterpretación revolucionaria. En un marco de rendimiento extremo, esta idea podría ofrecer herramientas útiles para repensar las banderas históricas del justicialismo, especialmente de cara al 80° aniversario que se celebrará el próximo 17 de octubre.

La palabra “abandono” puede parecer incómoda, asociándose fácilmente con la derrota. Sin embargo, en este contexto, implica una autocrítica profunda, casi subversiva en tiempos donde el éxito se mide en métricas cuantificables de nuestras luchas diarias. Es fundamental cuestionar qué batallas seguimos librando por costumbre, qué valores sostenemos solo por inercia histórica y qué prácticas nos están desviando de nuestra misión primordial: construir una patria libre, justa y soberana. Repensar no es renunciar; es ajustar el rumbo para que nuestras convicciones estén alineadas con los desafíos del presente y los ideales que nos impulsaron en el pasado.

La lucha como narrativa fundacional

El peronismo lleva en su narrativa histórica la épica de la resistencia y la conquista. Desde el 17 de octubre de 1945 hasta las luchas contra la proscripción, la consigna del “luche y vuelve” fue fundamental para reafirmar nuestra identidad. Sin embargo, esta narrativa, que fue crucial en contextos de opresión y adversidad, puede convertirse en un obstáculo cuando la resistencia deja de ser un medio para alcanzar objetivos concretos y se transforma en un fin en sí mismo. La épica, sin un propósito significativo, pierde su sentido como herramienta para construir el país que soñamos.

Hoy, la militancia peronista y muchos de sus cuadros dirigentes parecen atrapados en una lógica de conflicto permanente: enfrentamientos con la oposición, los medios, sectores internos e incluso con aquellos que no nos votan porque no nos comprenden. Esta obsesión por no claudicar puede agotarnos en batallas que han perdido relevancia o en la defensa de posiciones que ya no conectan con las demandas del presente. Aca radica la urgencia de una actualización doctrinaria, una reflexión honesta sobre nuestras bases ideológicas: ¿Qué luchas estamos librando que ya no nos acercan a nuestros objetivos? ¿Qué principios debemos renovar para que sigan siendo la brújula que guíe la construcción de la Argentina grande con la que San Martin soño?

Darse por vencido como acto de grandeza

La doctrina peronista, en su esencia, se basa en una mirada profundamente humanista que pone la dignidad de las personas por encima de cualquier dogma o estructura. Desde esta perspectiva, “darse por vencido” no debe interpretarse como un acto de debilidad, sino como una expresión de grandeza. Es reconocer que nuestras fuerzas no son infinitas y que el contexto actual nos exige priorizar lo esencial sobre lo accesorio, adaptándonos sin perder nuestra identidad.

En términos políticos, esto podría implicar reevaluar algunas metas históricas que, aunque justas en su momento, hoy no son viables o relevantes en el corto plazo. Por ejemplo, podríamos cuestionar si ciertas políticas redistributivas están logrando el impacto deseado o si la resistencia frente a determinados sectores económicos y culturales no está alejándonos de construir consensos más amplios. También significa admitir errores, replantear estrategias y abrirnos a nuevas herramientas, como la incorporación inteligente de tecnologías digitales para conectar con las demandas de la sociedad actual.

Esta capacidad de autocrítica y adaptación no solo refuerza nuestra credibilidad, sino que nos permite acercarnos nuevamente a las bases con humildad, honestidad y eficacia. Es un llamado a recuperar el espíritu transformador del peronismo, centrado en lo que realmente puede mejorar la vida de las mayorías populares, sin distracciones ni nostalgias que nos aparten del camino hacia la conquistas de nuestras banderas.

El mito del control total y la soberanía del pueblo

En la hipermodernidad, la política parece obsesionada con el control: controlar la economía, las narrativas y las alianzas internacionales. En el peronismo, esta tendencia puede expresarse en un apego excesivo a la idea de soberanía entendida como un control absoluto. Sin embargo, la verdadera soberanía popular, según nuestra doctrina, no reside en ejercer un dominio total sobre cada aspecto de la vida nacional, sino en garantizar que las decisiones que afectan al pueblo estén orientadas a su bienestar y dignidad.

Aceptar que no podemos controlarlo todo –que existen límites impuestos por el contexto global, la economía y los recursos– no implica claudicar, sino asumir una responsabilidad madura y estratégica. Esto requiere reconfigurar nuestra concepción de soberanía, enfocándola menos en símbolos vacíos y más en resultados tangibles. Una soberanía efectiva no es aquella que lo controla todo, sino aquella que prioriza las necesidades del pueblo, adaptándose a las realidades contemporáneas sin renunciar a los principios fundamentales de justicia social, independencia económica y soberanía política.

La autocrítica como parte de la doctrina

El peronismo siempre se definió como un movimiento dinámico, capaz de adaptarse a los cambios históricos. Pero esta capacidad de transformación solo es posible mediante una autocrítica constante. Reconocer dónde venimos fallando, qué políticas dejaron de ser efectivas y qué demandas de las mayorías no estamos atendiendo es fundamental para mantener nuestra doctrina actualizada y relevante. Sin autocrítica, la capacidad de adaptación se convierte en mera retórica vacía.

En este contexto, darse por vencido no significa abandonar los principios, sino depurarlos. Es renunciar a narrativas que ya no conectan con las necesidades del pueblo para enfocarnos en construir soluciones nuevas y eficaces para los desafíos actuales. Este enfoque nos invita a ser más pragmáticos, más sensibles y, sobre todo, más humildes en nuestra práctica política. Actualizar el peronismo no es traicionar su esencia, sino reafirmarla, manteniendo vivo su compromiso y adaptada a los tiempos que vivimos.

Una política peronista del presente

El elogio a darse por vencido, desde una perspectiva peronista, no es un llamado al quietismo ni a la resignación, sino una invitación a reenfocar nuestra misión histórica: transformar la realidad en función de las necesidades del pueblo. Para lograrlo, debemos aceptar que no todas las batallas son necesarias, que no todos los símbolos conservan su utilidad y que no todos los valores históricos tienen la misma relevancia en el presente.

Así como el Perón supo leer su tiempo y actuar en consecuencia, nuestra tarea hoy es actualizar la doctrina con una mirada que privilegie el presente sobre el pasado, lo esencial sobre lo accesorio y lo humano sobre lo ideológico. Solo cuando tenemos el coraje de abandonar aquello que ya no sirve podemos construir una política verdaderamente transformadora, alineada con las demandas de las mayorías y los desafíos de nuestro tiempo.

En última instancia, darse por vencido, en su justa medida y armoniosamente, es un acto profundamente peronista: es poner al pueblo por encima de nuestras certezas, dejar de aferrarnos a lo que no funciona y concentrar nuestras fuerzas en lo que realmente importa. Solo así podemos dar verdadero sentido a la máxima que guía nuestro movimiento: “Primero la Patria, después el Movimiento y, por último, los hombres”.

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