Saturday, December 21

Las utopías urbanísticas high-tech de reyes y CEOs

Arabia Saudita construye una ciudad lineal de 170 km y Elon Musk fantasea urbes corporativas libres de impuestos –para él– donde instalar a sus empleados. Una gobernanza algorítmica para una elite de creadores aislados de la polución y la inseguridad.

Por: Pagina/12

No existe lujo más caro que mandarse a hacer una ciudad. Pero si uno tiene 40 casas y varios palacios y aun así le sobra muchísimo, ¿a qué más podría aspirar? Magnates tecnológicos y reyes del siglo XXI sueñan smart-cities como proezas ingenieriles e islas de superlujo, utopías a salvo de un mundo cada vez más desigual e inestable, donde se sobrevalora lo que escasea: aire puro, un hiper-confort eco-friendly y seguridad. Algunos proyectos son delirios urbanísticos high-tech –Elon Musk y su ciudad marciana– y otros están “manos a la obra” como Neom (The Line), ese “rascacielos” horizontal de 170 km de largo que la corona saudí está construyendo en el desierto bajo el concepto de una ciudad lineal sin autos, en lugar de la vetusta planta urbana en damero inventada por los griegos.

La nueva Babilonia

Neom es el paradigma de smart-city que brota en el desierto regada por petrodólares de Arabia Saudita, rompiendo con 6 milenios de urbanismo: será la primera sin el laberinto caótico de una mancha informe en el mapa –como son aún muchas ciudades islámicas y europeas de origen medieval— ni tampoco tendrá la cuadrícula con que Hipodamo le puso un orden geométrico a Mileto en el siglo 5 a.C. Neom será una línea recta en el desierto. No tendrá calles, autos ni casas: solo rascacielos y un tren subterráneo ultra-veloz de levitación magnética que llevará a cualquier lugar de la línea en no más de 20 minutos. Será una hilera de edificios de 500 metros de alto –uno junto al otro– a lo largo de 170 kilómetros y en 200 metros de ancho.

Si estos sueños arábigos se concretaran –están cavando la arena para los cimientos– será una hilera de edificios tan altos como el Taipéi 101 atravesando el desierto hasta la costa del Mar Rojo. Alguna vez los habitarán 9 millones de personas. Se la piensa como una gran muralla que en sus dos fachadas tendrá un panel de espejos de 170 km de largo ocultando los edificios y reflejando la arena del desierto con el cielo: será una ciudad invisible. Desde afuera, solo se verá arena infinita. Y las aves chocarán contra el reflejo del cielo.

La gran pregunta es si correrá suficiente el aire, salvo en la terraza contínua de 170 km con bosques de altura (la muralla espejada tendrá aberturas para que pase el viento). De todas formas, en los países arábigos ya se vive bajo techo con aire acondicionado –o dentro de un auto— al menos el 90 por ciento del día: la arena y el sol perturban la vida.

Por ahora Neom es un trailer en YouTube –las hollywoodenses ciudades del futuro tienen tráiler— y en los hechos es una franja no muy larga cavada en la arena, flanqueada por algunas cigüeñas gigantes de acero. Han surgido dudas sobre la viabilidad del proyecto y los planes concretos no se conocen bien. Pero hay decenas empresas de ingeniería y estudios de arquitectura occidentales trabajando en la planificación y las primeras obras. Neom es una realidad y no es un cuento posmoderno de Las 1001 Noches, aunque no esté claro lo que pueda llegar a ser.

La equiparán con centenares de miles de cámaras y sensores que alimenten un big-data analizado por IA que perfeccione la predicción urbana mediante el estudio de los movimientos y conductas de cada quien.

Su costo será 500 mil millones de dólares que el príncipe heredero Mohammed bin Salman ha destinado del Fondo Soberano de Riqueza del reino, que hoy acumula 925.000 millones de dólares. El objetivo es diversificar la economía para que no dependa del petróleo. En teoría, Neom incluirá un microclima templado, tecnologías para generar lluvia artificial, una hermosa luna fake, cultivos hidropónicos en vertical para tomar una fruta fresca desde la ventana, robots hogareños, una playa con aguas luminosas en la noche, un centro de esquí con nieve producida y la surcarán los taxis-dron. La narrativa eco-friendly dice que al ser una línea, la ciudad ocuparía un área mucho menor, reduciendo el daño ecológico al espacio natural, según explicó Tarek Qaddumi, director ejecutivo de The Line Design, NEOM. Será una ciudad peatonal, se supone que 100 por ciento autosustentable, recurriendo solo a energías solar y eólica: habría emisiones de carbono cero.

Será un continuo en tres dimensiones o niveles superpuestos de espacio público. Los habitantes tendrán muchas opciones cerca. La idea es que uno tenga todo lo que necesita a 5 minutos a pie: tiendas, escuela, gimnasio, entretenimiento, spa.

No hay un plan concreto: Neom no está pensada para ser construida toda junta, sino de manera gradual y orgánica, como crecen las ciudades “normales”. Salvo que esta lo hará en línea recta.

El alemán Klaus Kleinfeld –expresidente y CEO de Siemens AG– dirige el desarrollo de esta ciudad que será un poco la contracara del modelo de “ciudad radiante” de Le Corbusier, el urbanista que teorizó la megalópolis del siglo XX elevada hacia lo alto y surcada por autopistas, pensada para el automóvil: en Neom no habrá uno solo. Y abundarán los ascensores y escaleras mecánicas.

Es curioso que, en términos políticos, Neom será diferente a otras ciudades del país. Al ser anunciada por el príncipe Mohammad bin Salman en 2017, dijo que la nueva urbe funcionará con un corpus legal independiente del «marco gubernamental existente»: tendrá sus propias leyes tributarias y laborales, y un sistema judicial autónomo. Incluso habrá mayor igualdad entre el hombre y la mujer, respecto del resto del país.

Las musktopías texanas

Ser el hombre más rico del mundo –y mano derecha de Donald Trump— le otorga a Elon Musk un abanico de “libertades personales” –o caprichos posibles– casi ilimitado. Una fantasía que lo sobreexcita es levantar una ciudad de momento utópica, llamada Snailbrook. Esto se suma a sus planes de colonizar Marte: ha dicho que le gustaría mudarse al “planeta rojo” y morir allí.

Megalómano y egocéntrico, no es tan tonto como para creer que emigrar de planeta será posible a su edad y ha pensado un plan más terrenal: compró 1.400 hectáreas en Bastrop a 56 km de Austin, donde creará “una especie de utopía texana a lo largo del río Colorado”, hecha de casas prefabricadas alrededor de un centro deportivo con gimnasios y colegios. Incluso él mismo se podría ir a vivir en las afueras, en una mansión futurista para contemplar por la ventana su reino privado.

En verdad planea dos ciudades. La otra se llamará Starbase –no muy lejos de la anterior en Boca Chica– para que vivan los empleados de su empresa aeroespacial SpaceX y también de Boring, otra compañía del magnate que diseña el sistema de transporte subterráneo Loop: permitirá desplazarse en autos eléctricos privados a muy alta velocidad a través de túneles. Lo que busca Musk es achicar costos de alojamiento de sus empleados. Hasta ahora no se sabe bien la ubicación de Starbase. Los habitantes de esa zona han protestado: acusan a Musk de verter medio millón de litros de aguas residuales en el río Colorado y han demandado a SpaceX porque sus pruebas de cohetes causan el cierre continuo de las playas públicas.

Por ahora la primera ciudad de Musk es solo un cartel en el terreno: “Bienvenido, Snailbrook, Texas, fundada en 2021″. En su carácter de empresario libertario, Musk adolece –o simula a conciencia– una fobia antiestatal porque las agencias de recaudación le cobran impuestos que le impiden enriquecerse aún más, postergando su objetivo de ser el primer trillonario de la historia. En sus delirios emancipatorios –o en su conciencia evasora–, lo mandó a un gerente de Boring a decirle a sus empleados que vayan pensando en elegir un alcalde para Starbase (quien seguramente no le cobrará impuestos a Musk).

Musk abandonó su residencia en California aduciendo haber “perdido la paciencia en esa tierra de la sobrerregulación, el exceso de litigios y de impuestos”. Allí tenían sede Tesla y Boring: las mudó a la aún más conservadora Texas, donde hay leyes mucho más laxas en zonificación, exigencias ambientales y en derechos laborales. Texas libera a las empresas del impuesto a las ganancias y a la renta de la tierra. La idea en sí no es novedosa: ya en el siglo XIX surgieron ciudades desde cero alrededor de industrias mineras y textiles para alojar trabajadores en medio de la nada. John Rockefeller lo hizo en Colorado, creando pueblos con algo de campo de concentración hipervigilados.

Estas musktopías habitadas quizá sean una combinación cool de lo anterior con las ideas de Walt Disney, quien también tenía una creencia casi infantil en el potencial liberador de la tecnología, todo condimentado con valores conservadores. Disney también compró tierras en Florida rodeado de una aura de secretismo para crear el hiper-tecnológico Epcot Center y varios Disneylands que no fueron literalmente ciudades, sino una simulación de ellas en parques de diversiones muy high-tech que fueron la industria en sí misma, y donde Disney era el “rey” (allí el transporte es mediante monorriel aéreo, sin autos).

Muskland será tecnológica pero el negocio estará extramuros de la ciudad, incluso más allá de la estratósfera. Si bien Musk llegó a instalar camas en las oficinas de la red X para que los empleados se queden a dormir y trabajen todas las horas “necesarias”, se ha dado cuenta que eso tiene un límite. Pero los quiere alojar muy cerca de los centros de producción, en sus feudos libertarios, donde lógicamente las reglas las impondrá él.

Otras utopías de libertad simulada

Musk no es el único zar high-tech proyectando urbes empresariales. Google planea tres barrios rodeando su sede californiana en Mountain View con 7.000 casas. Meta –o sea Facebook, Instagram y Whatsapp— están urbanizando Willow Village con 1.700 unidades residenciales.

En 2021, el exCEO de Walmart –Marc Lore– profetizó sus planes de construir en el desierto una utopía futurista llamada Telosa que sería “igualitaria”: alojará a 50.000 personas desde 2030. La ciudad estaría regida por el “equitismo”, un ignoto sistema cuyo nombre surge de la combinación de las palabras “equitativo” y “capitalismo”. Allí habría igualdad en el acceso a la educación, la salud y el transporte en vehículos autónomos. Todas las energías serían renovables según la web de Telosa. Su costo: 400.000 millones de dólares. La habitarán ciudadanos cuidadosamente seleccionados mediante un proceso de solicitud.

Peter Thiel fue cofundador de Pay Pal con Elon Musk y en 2008 dio a conocer el proyecto de una ciudad flotante llamada Seastead, que funcionaría de forma independiente como una especie isla-estado autosuficiente. El multimillonario inversor afirmó que la ciudad sería libertaria y “un escape de la política en todas sus formas”. Y lanzó el Seasteading Institute con el ingeniero de software de Google, Patri Friedman. El grupo dio los primeros pasos en la planificación para construir una red de islas inorgánicas desmontables frente a la Polinesia Francesa e hizo un acuerdo con las autoridades polinesias. Pero el gobierno del archipiélago dijo en 2018 que su contrato con el Seasteading Institute había quedado obsoleto y “no comprometía al país de ninguna manera”. Es probable que le hayan pedido al gobierno autonomía total, como quien les vende la soberanía de una isla. Thiel abandonó la junta del Seasteading Institute en 2011, pero hasta hoy la web de la empresa sigue promoviendo su servicio de construir ciudades y barrios flotantes.

Un dulce futuro distópico

Estas utopías urbanas, de concretarse, serían suntuosas burbujas para que viva y trabaje mucho la elite de la industria high-tech, esa “clase creativa” de informáticos, ingenieros, investigadores, académicos, arquitectos, matemáticos, couchs motivacionales, diseñadores, emprendedores, artistas, superdeportistas y comunicadores. Quizá sus dueños impulsen procesos de secesión, aspirando a ciudades-estado libertarias para elegidos con ansias de escaparle a un mundo cada vez más polucionado, y refugiarse en fortalezas del “buen vivir” con la lógica salvífica del Arca de Noé.

Pero estarán en una nave de luxe, un mega-crucero encallado en algún desierto, protegido de piratas hambrientos que lo darían todo por entrar a la urbe espejada de sus sueños. A esa smart-city la gobernarán algoritmos y la IA, una ciudad cognitiva que predice y reacciona a las necesidades de sus privilegiados usuarios, hiper-controlados en la medida en que se sienten libres gracias a la tecnología, entregando a gusto toda su información. Por ahora, esto es sci-fi. Pero los planes existen y van por los cimientos.

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