Elon Musk, el empresario favorito del presidente Javier Milei, es presentado como ejemplo del «hombre construido a sí mismo» merced a su esfuerzo y a la iniciativa privada. En esta nota, publicada por la agencia TSS,[1] Carlos de la Vega revela que las compañías y las tecnologías que ha desarrollado fueron posible gracias a los beneficios de contratos y subsidios estatales.
Fuente: Esfera Comunicacional
Elon Musk es un exponente paradigmático de lo que los estadounidenses promovieron por todo el mundo como el modelo de capitalista exitoso, el self-made man. Aquel que forja su propio éxito por el tesón de su esfuerzo y su talento. Los mitos, como ya sabían los griegos, pueden contener algo de verdad, pero tomados literalmente son un conjunto de falsedades. La propaganda pretende que el mito del éxito autoconstruido se tome al pie de la letra y sin crítica.
Nacido en Pretoria, Sudáfrica, en 1971, Elon fue el primer hijo de Errol Musk, un sudafricano blanco (afrikáner) y la modelo y nutricionista canadiense Maye Haldeman. Errol era un ingeniero y empresario inmobiliario millonario que, entre otras cosas, según su propia confesión, explotó una mina ilegal de esmeraldas en Zambia cuando Elon era pequeño. Todo esto ya va desvirtuando la historia creada por el jefe mayor de Tesla acerca de que todo su capital, intelectual y monetario, lo forjó solo. Lo cierto es que el primogénito de Errol nació en cuna de oro.
Es verdad que, a los diciocho años, Elon, su madre y sus dos hermanos, Kimbal y Tosca, se mudaron a Canadá huyendo de los maltratos del padre y que durante ese tiempo el futuro mandamás de Tesla y su familia pasaron necesidades porque Errol les había cortado el acceso a las cuentas bancarias. Pero, en 1992, Elon se fue a Estados Unidos para estudiar Física y Economía en la Universidad de Pensilvania gracias a una beca, y de allí pasó a la Universidad de Stanford para hacer un doctorado, el cual abandonó a pocos días de inscribirse para comenzar su raid como empresario tecnológico.
El entorno
Stanford es uno de los nodos centrales del Silicon Valley, el núcleo del desarrollo tecnológico de la informática y la programación en Estados Unidos, en el norte de California. A mediados de la década de 1990, Musk se insertó en un ecosistema de innovación y negocios como no existía otro igual en el planeta. Este detalle es fundamental para explicar el éxito de tantos empresarios norteamericanos, como Bill Gates, Steve Jobs y el propio Elon Musk. Un dato que suele ser omitido por la mayoría de estos «triunfadores» en los autorrelatos sobre los orígenes de sus conquistas.
En el caso de Musk esto es especialmente evidente. Hombre de indudables y precoces talentos, tuvo que mudarse a un ecosistema empresarial y tecnológico específico para poder llegar a la cima en la que se encuentra en la actualidad. En su Sudáfrica natal eso hubiera sido imposible. Quizás hubiera podido ser un millonario más, como su padre, pero no la persona que sueña con diseñar y construir la primer nave espacial tripulada por humanos que llegue a Marte.
Ahora bien, el ecosistema que le hizo de invernadero a Musk en los alrededores de la ciudad de San Francisco había sido creado en la década de 1960 y apoyado, en buena medida, por el Estado norteamericano, como lo han demostrado la economista italo-británica Mariana Mazzucato y la historiadora estadounidense Margaret O’Mara.
Hipocresía libertaria
Como suele ser habitual en el discurso libertario, en lo discursivo denostan la intervención estatal y el gasto de los fondos públicos, pero en privado son los primeros en apelar profusamente a ellos.
El 6 de diciembre de 2021, la columnista del diario estadounidense The Wall Street Journal, Joanna Stern, le realizó a Musk una entrevista por videoconferencia. El sudafricano se encontraba en la entonces reciente megafactoría de Tesla ubicada en Austin, Texas. Con poco más de cuastrocientos mil metros cuadrados, es una de las más grandes del planeta para cualquier rubro industrial que se considere y fue construida con ayuda de los subsidios que Texas le concedió a Tesla.
Aún así, en la entrevista con Stern, Musk hizo gala de su discurso antiestatista. Consultado sobre que le parecía el entonces proyecto de ley elaborado por el gobierno de Joe Biden para financiar un plan de inversión destinado a la expansión y mejora de la infraestructura nacional, Musk respondió: «Honestamente, podría ser mejor si el proyecto de ley no se aprueba, porque hemos gastado tanto dinero que es como si el déficit presupuestario federal fuera una locura».
Luego, Stern indagó sobre el apoyo a la innovación por parte del gobierno federal estadounidense. Musk aprovechó para volver a la carga con sus muletillas libertarias: «Creo que el papel del gobierno debería ser el de árbitro, pero no el de jugador en el campo. Así que, en general, creo que el gobierno debería tratar de apartarse del camino y no impedir el progreso. Creo que hay un problema general, no sólo en Estados Unidos, sino en la mayoría de los países donde las reglas y regulaciones siguen aumentando cada año».
La entrevistadora también tocó el tema de los subsidios gubernamentales, por ejemplo, para el desarrollo de la infraestructura que precisan los autos eléctricos como los que hace y vende Tesla. Con total tranquilidad, Musk espetó: «Literalmente, estoy diciendo que nos deshagamos de todos los subsidios». La confianza de Musk probablemente provenía de la seguridad de que no habría repreguntas sobre el tema. Fue una pena que no se aprovechara la ocasión para consultarle sobre la planta automotriz a sus espaldas, que tanto orgullo le generaba. Los periodistas Maggie Severns, Matt Stiles y Alex Leeds Matthews revelaron en una nota (29/04/2022), en The Messenger, que para lograr que Tesla eligiera a Texas como sede de la nueva mega fábrica su gobierno le había ofreció sesenta millones de dólares en beneficios, parte de los cuales salieron de los fondos escolares del distrito.
En la pelea por el sitio de emplazamiento de la megaplanta, en donde también hubo otras postulantes, la que seguramente se lleva el premio al ingenio, y a la abyección, fue la ciudad de Tulsa, en el Estado de Oklahoma, que entre las dádivas ofrecidas a Tesla se encontraba pintar una estatua de siete pisos alegórica a un trabajador petrolero cuyos rasgos eran sorprendentemente familiares a los de Musk.
El periodista Jerry Hirsch de Los Ángeles Times (30/05/2015) y la ONG Good Jobs First han realizado un extenso rastreo de los beneficios estales recibidos por Musk y sus empresas.
La ayuda estatal es mala si es para otros
A la hora de contabilizar los fondos estatales que las empresas de Musk han ido recolectando a lo largo de su nacimiento y creación deben tenerse en cuenta modalidades y fuentes muy diferentes. Las principales son: subsidios, reembolsos, exenciones de impuestos o tasas, y los créditos de carbono.
En el caso de los reembolsos y las exenciones impositivas, algunas no van directamente a la empresa proveedora del bien o servicio, sino que se dirigen a la demanda. Eso ocurre por ejemplo con los autos de Tesla o los paneles solares de Solarcity.
En el primer caso, el Estado, a nivel local, o el federal, subsidia de diferentes maneras el precio de los Tesla como una forma de incentivar la compra de vehículos menos contaminantes. Por ejemplo, el Model Y tiene en la actualidad un precio, sin incluir impuestos y comisiones, de u$s 42.990, pero con el crédito fiscal que aporta el Estado federal y el estímulo para el ahorro de combustibles fósiles baja a u$s 31.890, más de un 20 % menos. Estas reducciones de precio, vía aportes estatales, son una manera de mejorarle el negocio a Musk, ampliándole el mercado. Más gente puede acceder a sus autos de lo que lo harían si el precio fuese más caro.
Los bonos de carbono ameritan alguna explicación previa porque son un instrumento financiero poco conocido en la Argentina y América Latina. Ellos se difundieron principalmente a partir de la Climate Action Reserve (CAR) creada en 2008 por el Estado de California, tomando como base un registro conformado siete años antes (The California Climate Action Registry) para contabilizar y promover acciones de mitigación de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero. La idea central es que las empresas bajen sus emisiones de estos gases o desarrollen productos o servicios que contribuyan a que se reduzca el efecto invernadero. A cambio, reciben del Estado unos bonos que pueden comercializar en el mercado financiero. Si una empresa no puede disminuir sus emisiones respecto a los topes fijados por el gobierno puede adquirir esos créditos de otra compañía que si lo hace y así compensar la contaminación que la primera provoca y evitar posibles sanciones.
Los bonos de carbono han sido una muy buena fuente de financiamiento extra para Tesla. La compañía obtiene estos bonos por las bajas emisiones de sus autos y luego se los vende a otras automotrices que siguen teniendo como eje de su negocio la venta de vehículos de combustión interna.
Tesla ha recibido también otros aportes estatales como se puede apreciar en el cuadro, como los u$s 1.300.000.000 otorgados por el Estado de Nevada en 2013 para que Musk instalara su megafactoría de baterías. Como la cifra más que duplicaba el importe máximo que la legislación de Nevada podía otorgar como beneficio económico a empresas privadas, contabilizando subsidios directos, desgravaciones impositivas y otros instrumentos, Nevada debió cambiar su normativa al respecto para satisfacer las exigencias del sudafricano.
Otra de las empresas insignia de Musk es SpaceX. Hacedora de proezas tecnológicas como los cohetes parcialmente recuperables de aterrizaje vertical, Falcon 9. La compañía fundada en 2002 por Musk ha sido viable y se ha desarrollado merced a los contratos con la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA por sus siglas en inglés) y la Fuerza Aérea estadounidense (USAF por sus siglas en inglés). Entre ambas instituciones estadounidenses SpaceX ha recibido contratos por cerca de u$s 5.500.000.000 desde su fundación hasta 2015, mientras que el Estado de Texas aportó alrededor de veinte millones de dólares para la construcción del sitio de lanzamiento de la empresa en su territorio.
Solarcity ha sido otra de las aventuras de Musk. Al igual que Tesla, la empresa dedicada a la fabricación de paneles solares, baterías eléctricas para almacenamiento de energía a gran escala y consultoría, no fue una compañía originalmente fundada por él. Solarcity fue gestada por sus primos, Lyndon y Peter Rive, en 2006, aunque Musk fue uno de los inversionistas iniciales. En 2016, el magnate sudafricano le compró a los Rive su parte y pasó a controlarla. Para entonces, Solarcity ya había sido beneficiaria de unos u$s 126.000.000 provenientes del Estado de California y de alrededor de u$s 497.000.000 del gobierno federal, sin contar los más de mil millones de dólares aportados por Washington de modo indirecto a través de subsidios a la compra de los paneles solares como parte de las políticas de transformación de la matriz energética para enfrentar el cambio climático. En aquel momento, Musk tenía poco más del 20 % de la empresa y con la adquisición de la mayoría del paquete accionario la obtención de fondos estatales continuaría. En 2017, Solarcity obtuvo aportes por cerca de u$s 750.000.000 del Estado de Nueva York para que se construyera en su suelo una nueva planta de producción.
El listado anterior no incluye a otras empresas menores de Musk como Neuralink, TheBoring Company, la recientemente adquirida y rebautizada X (antes Twitter) o Starlink, que en realidad es una unidad de negocios de SpaceX.
A Starlink tampoco le faltaron ganas de hacerse con algún subsidio estatal, el problema fue que no pudo cumplir con las condiciones de prestación del servicio de Internet rural que le exigía la Comisión de Comunicaciones Federales (FCC por sus siglas en inglés) estadounidense y en 2022 le negaron los u$s 885.500.000 a los que había postulado.
Apología del buen subsidio
En todos los casos mencionados, el Estado, en sus diferentes niveles, ha realizado aportes económicos significativos, sean en forma directa (subsidios) o indirecta (desgravaciones impositivas o subsidios a la demanda) en favor de compañías privadas sin que recibiera una parte de la propiedad de las mismas. De esta forma, cuando haya ganancias, el Estado no participará de ellas, aunque haya sido un financista gratuito fundamental de esas compañías.
Del lado empresario, y también del político, se suele esgrimir, como razón para todos estos beneficios públicos para un privado, los puestos de trabajo que generan estas inversiones, la expansión económica que conllevan y los mayores ingresos fiscales que producen. No obstante, no se ve la razón por la cual el Estado debería contribuir a incrementar aún más las ingentes fortunas personales de los dueños de las empresas beneficiarias para conseguir esos objetivos en lugar de realizar esas inversiones por sí mismo o promover a otros actores sociales sin ánimo de lucro y de perfil más comunitario, o a pyme. Así como el discurso antiestatal considera como gasto ineficiente o corrupto cualquier sobrecosto que no se destine específicamente a un bien o servicio público calificado como legítimo, de igual modo debería estimarse como inaceptable que buena parte de los fondos gubernamentales terminen engrosando la riqueza particular de un grupo de personas.
De todas maneras, tal vez lo más llamativo es esta extraña regla que se verifica en diversas latitudes, por la cual cuantos más subsidios recibe un empresario más repudia al Estado y todas sus políticas. Una actitud que se repite desde Musk, en Estados Unidos, hasta en Sudamérica con Marcos Galperín, de Mercado Libre.
La bandera de la eficiencia
La ideología empresaria suele hacer flamear la insignia de la eficiencia para justificar tanto beneficio estatal para las corporaciones privadas siendoque luego estigmatiza laayuda destinada a otros sectores de la sociedad. Una de las vías argumentativas de ese enfoque es alegar que es mejor que el Estado delegue en particulares actividades que podría hacer él mismo porque la iniciativa privada es más eficiente. Este razonamiento, en el caso de Musk y sus empresas, se emplea profusamente en la relación entre SpaceX y la NASA.
Atif Ansar y Bent Flyvbjerg, dos economistas de la Universidad de Oxford, publicaron en 2022 un estudio comparativo entre la eficiencia de la empresa de Musk y la mítica agencia estadounidense en lo que respecta a la realización y cumplimiento de misiones espaciales. La conclusión de los investigadores es que SpaceX es más eficiente que la NASA en las cuatro dimensiones que eligieron para la comparación: costos, velocidad de acceso al mercado, cumplimiento de los cronogramas y escalabilidad de los sistemas desarrollados (por ejemplo, los vectores, cohetes, de lanzamiento). En algunos aspectos las diferencias de eficiencia entre estas dos entidades son muy significativas. Sin embargo, Ansar y Flyvbjerg aclaran que el propósito de su trabajo no fue denostar al sector público y ensalzar al privado, sino mostrar las ventajas de los proyectos basados en plataformas, empleado por SpaceX; en contraposición con aquéllos orientados a los «saltos cuánticos», tradicionalmente empleado por la NASA. Es más, los investigadores enfatizan que el éxito de SpaceX, y hasta su propia existencia, no hubiera sido posible sin la iniciativa de la NASA, tomada a mediados de la década de 2000, de impulsar enfoques distintos a los empleados por ella misma para el abordaje de proyectos complejos.
Hay otras dos cuestiones a considerar en la comparación entre la eficiencia de la NASA y SpaceX. Una mencionada al pasar por Ansa y Flyvbjerg, y la otra no tanto. La primera es que buena parte de la baja performance de la agencia espacial estadounidense en sus programas se ha debido a la tradicional aversión a los riesgos de las entidades gubernamentales, que les impide aventurarse más en estrategias de aprendizaje por experimentación previa, como habría hecho SpaceX. El tema es que frecuentemente esta aversión al riesgo proviene de la multiplicación de una cultura de la supervisión y el escrutinio sobre los entes estatales, promovida mucho más allá de los razonable por quienes son enemigos declarados de lo público bajo el argumento de la eterna sospecha de todo lo que realiza el Estado y sus organizaciones.
La segunda cuestión, es la omisión a una clara referencia a los conocimientos que la NASA ha transferido a SpaceX. Cuando Musk llegó con sus enfoques revolucionarios de gestión de proyectos y sus jornadas extenuantes de trabajo para sus ingenieros y sus cohetes, el camino ya había sido en buena medida abierto por el esfuerzo estatal de la NASA que, a su vez, aportaría dinero y recursos para que la empresa se luciera.
Las incongruencias de Musk también surgen cuando pretende que un Estado le asegure la provisión barata de litio para las baterías de sus Tesla, tal como exhibió en su apología del golpe contra Evo Morales en Bolivia, en una serie de tuits de julio de 2020.
De todas maneras, hay cierta diferencia inconmensurable entre un libertario como Musk, que hizo su fortuna aportando importantes cuotas de innovación, y las versiones tercermundistas y autóctonas que no pasan de ser un grupo de fanáticos y oportunistas. La trayectoria de Musk, como el de todos los self-made man, lejos de exhibir el cenit de los logros de la iniciativa privada, lo que revelan al ojo observador es que no es posible lograr el desarrollo social ni las ganancias personales sin un poderoso Estado presente.