Por: Enrique Dans
Empecé a utilizar en mis clases y conferencias esta imagen del logotipo de Facebook como forma de simbolizar las redes sociales en general, con una serie de etiquetas de advertencia (que simplemente copié y pegué de otros sitios al azar) hace ya más de diez años, cuando empecé a entender los estándares morales (o más bien, ausencia de ellos) de la compañía y de su fundador. En aquel momento, poco me imaginaba que acababa de adelantarme a los tiempos, y que algo así podría, de hecho, llegar a ocurrir.
Ayer, el Surgeon General de los Estados Unidos, Vivek Murthy, publicó una tribuna de opinión en The New York Times en la que aboga abiertamente por imponer etiquetas de advertencia a las redes sociales similares a las que se utilizan para el tabaco, el alcohol y otros productos dañinos para la salud.
El año pasado, la oficina del Surgeon General publicó un informe sobre redes sociales y salud mental de los jóvenes en el que se detallaban sus patrones de uso – más de cinco horas al día – y los riesgos implicados para ellos, que van desde la exposición a contenidos dañinos, hasta la ansiedad, la depresión o el suicidio derivado de patrones de comportamiento como el acoso, el bullying o el body shaming. En un estudio de 2019, se encontró que la proporción de adultos jóvenes con pensamientos suicidas u otros resultados relacionados con el suicidio aumentó un 47% entre 2008 y 2017, precisamente cuando el uso de las redes sociales entre ese grupo de edad se disparó.
Es importante entender lo que significa esto. El reconocimiento expreso de la peligrosidad de las redes sociales para la salud mental y su codificación en forma de etiquetas de advertencia puede parecer un formalismo absurdo, pero está muy lejos de serlo. Cada vez que un regulador impone ese tipo de etiquetado a alguna categoría de productos, surgen numerosas voces que hablan de la inutilidad de la medida, pero la realidad es que ese etiquetado juega un papel fundamental en la concienciación de la sociedad, un paso fundamental para luchar contra esos efectos negativos.
Sobre esta cuestión, varias precauciones: si bien se tiende a pensar que lo que hay que hacer ante productos dañinos es tratar de prohibir o impedir el acceso a los mismos, lo que demuestra tercamente la experiencia es que ese tipo de prohibiciones tienden a generar mercados negros de control difícil o imposible, con la consecuente dificultad para controlar sus efectos. La aproximación adecuada parece ser la que apunta a la vía de la información: hacer que los usuarios potenciales entiendan esos efectos, cómo se vehiculan y por qué ocurren, de manera que aprendan a protegerse adecuadamente de ellos o a evitarlos.
Por otro lado, hay otra cuestión fundamental: la responsabilidad de quien pone en el mercado esos productos, y en este caso en particular, de la persona que convirtió a unas redes sociales originalmente diseñadas para poner en contacto a las personas, en la basura asquerosa y dañina que son actualmente. La persona que reimaginó las redes sociales para convertir a sus usuarios en productos, y que diseñó todo un esquema nocivo para exprimir toda su información y ponerla en las manos de las compañías que quisieran hacerles publicidad.
A partir de ahí, la variable a maximizar se convirtió en el tiempo de consumo, lo que llevó a las redes sociales a buscar activamente el desarrollo de patrones adictivos a costa de lo que fuera. Esa persona es la responsable fundamental de todos los problemas que hoy plantean las redes sociales, además de seguir personalmente al frente de varias de ellas con un poder, además, omnímodo e inmoderado. Es importante reflexionar sobre la contribución real de una persona como Mark Zuckerberg a la sociedad, y plantearse cómo debe reaccionar esa sociedad ante una persona así, capaz de provocar semejantes efectos. Porque el verdadero problema no son las redes sociales, sino cómo las gestionan psicópatas como él.
¿Debemos poner etiquetas de advertencia en las redes sociales? Por supuesto. Sus efectos son, sin duda, nocivos y reales. Pero más allá de eso, lo que debemos de hacer es obligarlas a abandonar las prácticas que las hacen nocivas, algo que comienza por declarar ilegal su modelo de negocio basado en la publicidad hipersegmentada y sigue por impedir que puedan espiar los hábitos de sus usuarios para vender esa información al mejor postor. Elimina la causa y al causante, y eliminarás los efectos.