Por: Mariano Quiroga
El sujeto autodidacta hipermoderno es aquel que, en pleno auge del capitalismo de plataformas, cree que puede formarse por su cuenta, siendo “su propio profesor” y, eventualmente, “su propio jefe”. Este sujeto encarna la lógica de una era que promueve la hiperpersonalización y la autonomía extrema, con la convicción de que no necesita más que su voluntad y libertad para alcanzar sus metas, sea en el estudio o en el trabajo. Es parte de un nuevo ecosistema social donde el Estado, lejos de ser visto como un garante de derechos, es considerado un obstáculo. En su búsqueda constante de eficiencia, el autodidacta hipermoderno siente que puede prescindir de la universidad pública, que le propone carreras de tres a cinco años, percibidas como limitaciones innecesarias en un mundo que demanda inmediatez.
Este sujeto, acostumbrado a la cultura del “a medida”, busca aprender lo justo y necesario para lanzar su startup desde el garaje de su casa, sin preocuparse por las materias que considera irrelevantes. No está dispuesto a esperar cinco años para un título que ni siquiera le garantiza empleo en lo que desea. Y aquí reside uno de los grandes problemas de esta figura: no sabe si lo que hoy le interesa seguirá siendo relevante en el futuro. La urgencia de la época lo lleva a querer generar dinero rápidamente, ya sea vendiendo contenido, apostando en criptomonedas, minando activos digitales o, incluso, escaneando su iris como moneda de intercambio en el mundo digital. Esta es la filosofía del aquí y ahora, donde lo primordial es el éxito inmediato y la rentabilidad sin importar cómo.
En este contexto, el capitalismo de plataformas no solo ofrece herramientas, sino que construye una nueva visión del mundo. Empresas como Google, Meta o Amazon se convierten en los grandes proveedores de recursos que permiten a estos sujetos autodidactas moldear su realidad. Así, la “libertad” que estos individuos defienden, en su lucha contra la universidad pública y el Estado, es una libertad condicionada por los algoritmos que les dicen qué aprender, qué consumir y cómo entretenerse.
El autodidacta hipermoderno es un solitario frente a una pantalla. Su formación es autodirigida, pero no libre; es controlada por las recomendaciones de algoritmos que conocen sus gustos mejor que él mismo. Ya no necesita de un profesor o una comunidad que lo acompañe en su proceso educativo. La cultura algorítmica, con sus playlists, recomendaciones de series y cursos online, le proporciona todo lo que cree necesitar. Sin embargo, este aparente empoderamiento en realidad lo aísla y lo convierte en un ser fácilmente manipulable, al depender de empresas tecnológicas que controlan su entorno digital.
Es en este escenario donde Javier Milei emerge como una figura capaz de captar el espíritu de la época. El populismo digital que ha desarrollado se nutre de las ansias de libertad de este sujeto hipermoderno, que ve en el Estado y en las instituciones colectivas los principales obstáculos para su realización. Milei, con su discurso libertario, ofrece soluciones a este individuo que desprecia la universidad pública, los sindicatos y cualquier estructura que no se ajuste a sus necesidades inmediatas. El autodidacta ve en Milei a alguien que entiende su frustración, que está dispuesto a eliminar las barreras que lo separan de la “libertad total”.
Sin embargo, la contradicción radica en que este sujeto autodidacta, que proclama su independencia, es en realidad más dependiente que nunca de las plataformas y los algoritmos. Su idea de autonomía está condicionada por empresas tecnológicas que le ofrecen una falsa libertad, restringiendo sus opciones bajo el disfraz de la personalización. El capitalismo de plataformas crea una ilusión de elección infinita, cuando en realidad reduce su mundo a lo que los algoritmos deciden que es relevante para él.
Es aquí donde el autodidacta se distancia del sujeto colectivo, aquel que resiste desde espacios públicos como la universidad, los sindicatos o los clubes de barrio. Mientras el primero se encierra en su burbuja digital, el segundo lucha por derechos compartidos, por condiciones laborales justas y por una educación accesible. El gobierno de Milei, al atacar las universidades públicas y promover la desregulación del mercado laboral, busca destruir estos últimos bastiones del sujeto colectivo, que aún representan una amenaza para el avance del individualismo extremo.
El autodidacta hipermoderno, además, no tiene un vínculo sentimental profundo con otras personas; el sexting se impone como moneda de intercambio sexoafectivo, y las relaciones humanas se diluyen en una lógica de consumo. La tecnología es su única compañera fiel, y su vinculación con el mundo exterior pasa por dispositivos que lo conectan, pero también lo aíslan. La lógica de “divide y reinarás” prevalece: un sistema tecnofeudal solo puede sobrevivir si sus súbditos son solitarios, atomizados y dependientes de la tecnología para todo.
En este sentido, el gobierno de Milei no solo promueve el desmantelamiento de la universidad pública, sino que también avanza sobre otros espacios de resistencia colectiva, como los sindicatos y los clubes de barrio. El mercado laboral ya ha sido precarizado, y el sector cultural va en la misma dirección. El avance de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) en los clubes de barrio es un ejemplo más de esta tendencia hacia la privatización de los espacios donde el sujeto colectivo aún encuentra refugio. Así, Milei busca imponer un mundo donde el sujeto hipermoderno, controlado por algoritmos y aislado en su burbuja digital, es la norma, y donde el sujeto colectivo desaparece lentamente.
En última instancia, lo que se vislumbra es un mundo donde la tecnoutopía —esa creencia de que la tecnología puede resolver todos los problemas— es en realidad una trampa. Se presenta como la solución definitiva, pero esconde la precarización de la vida cotidiana, la fragmentación del tejido social y la concentración del poder en manos de unas pocas corporaciones. Mientras el autodidacta hipermoderno cree que está ganando libertad, en realidad está perdiendo el control de su destino. Y la pregunta final queda planteada: ¿quiénes son los dueños de los algoritmos que gobiernan esta nueva democracia tecnofeudal? La respuesta está clara: Silicon Valley. Mientras tanto, Milei se alinea con ellos, destruyendo todo lo que queda de los espacios colectivos que alguna vez dieron sentido a la vida en comunidad.
Esta nueva era promete “libertad” al sujeto hipermoderno, pero lo que realmente ofrece es una versión distorsionada de la realidad, donde el individualismo extremo y la dependencia tecnológica se imponen sobre la comunidad y los derechos colectivos.