Por: Mariano Quiroga
Esta noche es más que un recital, es un ritual. Es un reencuentro. Con ellos, con vos, con nosotros. Porque hoy, después de años, Los Piojos están de vuelta. En el estadio Diego Armando Maradona, se escribe algo que no puede ni debe repetirse a través de una pantalla.
Pensálo. ¿Cuánto hace que no vivís un momento así, puro, de carne y hueso? La vida se nos pasa en un loop constante de historias que duran 24 horas, con filtros que maquillan nuestra soledad. “Vida, la vida, la vida embrutecida, canalla, torcida”. ¿Cuándo fue la última vez que te dejaste atravesar de verdad?
Hoy estamos acá para eso. Para recordar que lo importante no se puede grabar. Que las cosas que valen no se archivan, se sienten. “Al atardecer, cruza la ciudad”, pero esta vez no hay calles de tierra ni soles cayendo; hay luces que arden y una multitud que late. Pero si estás mirando todo a través del celular, te estás perdiendo lo único que importa: estar presente.
Esta noche, los que crecimos con ruletas que giraban en cassettes y discos sabemos que esto no se repite. Que cada acorde, cada palabra, es un tesoro que te llevás para siempre. Pensá en los días en que volabas como un bicho de ciudad, buscando un rincón para refugiarte del calor. O esas noches interminables, cuando la tristeza te decía que algo mejor tiene que haber, algo por donde salir a andar.
¿Te acordás de esa sensación? Hoy está acá. Volvé a escucharla. Pero para eso, tenés que apagar el celular. Mirá alrededor. El calor del pogo te está llamando, las miradas cómplices de quienes, como vos, dejaron todo para estar acá, vibrando al ritmo de la banda que fue banda sonora de nuestras vidas.
“Dame un poquito de tu amor para el corazón. Déjame que te vea cerquita, cerquita por hoy”. Este momento es un farolito, una llama que ilumina lo que somos: historias compartidas, voces que se funden en una sola. Y esa llama se apaga si te desconectás, si te perdés en lo que nunca será tan real como lo que pasa ahora.
Recordá cómo era antes. Salíamos con poco en los bolsillos, pero con el alma llena de ganas. Cruzábamos ciudades enteras para escuchar esa canción que nos hacía sentir invencibles. “Muy despacito, sobre el abismo, volaré”. Y volábamos, ¿te acordás? Porque no había nada que nos distrajera del ahora. No había pantalla que nos apartara de los abrazos, de los gritos, del calor.
Hoy no estamos para recordar simplemente. Estamos para revivir. “Hoy vine hasta aquí, dejando atrás el sabor a ciudad y la amargura que intento cambiar”. Vos también podés hacerlo. Dejate atravesar por cada acorde, por cada verso. No intentes capturarlo. Sentílo.
Cuando suene Tan Solo, quiero verte saltar. Quiero que tu cuerpo vuele con la música como si el piso desapareciera. Quiero que grites hasta quedarte sin voz, porque eso es lo que nos salva. No las fotos, no los likes. Es esto. Es sentir.
Porque al final de la noche, cuando las luces se apaguen y el estadio quede vacío, lo único que te vas a llevar es lo que viviste. “Lavan tu razón, queman tu corazón, la única aventura es ver colores”. Y esos colores son los que están acá, en la piel, en la garganta, en las piernas cansadas que todavía quieren saltar.
Esta noche no es para que la mires desde un vidrio. No es para que la reproduzcas después. Es para que la vivas. Es la danza que bailamos en este ring, donde todos somos reyes sin corona. “Y ves, que esa tristeza no puede ser. Dale, Dolores, no llores”.
Apagá el celular. Levantá los brazos. Gritá, cantá, llorá si hace falta. Pero hacelo acá, con los demás. Porque esta noche no vuelve. Y aunque mañana tengas el video en tu galería, no será lo mismo. Nunca es lo mismo.
Esto es un milagro. Un ritual. Una memoria que se graba en el pecho, no en un archivo. Hoy, Los Piojos nos devuelven a nosotros mismos. Apagá el celular y encendé el alma. Porque cuando todo termine, cuando el último acorde se apague, lo único que quedará será el recuerdo de lo que te atreviste a vivir.