Wednesday, February 5

Economía de la Atención y Poder Cuántico

Ensayo de como el viejo modelo de sumar bloques quedó atrás. En la política cuántica, el poder se acumula provocando reacciones.

Por: Mariano Quiroga

El poder ya no se acumula como antes. Hubo un tiempo en que la política se movía con la lógica de la física clásica: si tenías un bloque y querías crecer, sumabas otro. Era simple, lineal, predecible. Pero el mundo cambió, y con él las reglas. Hoy, la acumulación es cuántica: no se trata de sumar, sino de condensar energía en un solo punto hasta que explote. Este cambio, que parece abstracto, es tan tangible como el calor de una discusión en redes sociales o la viralidad de una frase dicha en el momento justo.

En la política argentina, la vieja lógica de sumar votos a través de bloques de apoyo se quedó atrás. Hoy, las reglas las marcan los algoritmos, y la política se ha convertido en un juego de reacciones instantáneas, de emociones desbordadas. Javier Milei entendió esto mejor que nadie. Su estrategia no es sumar, es multiplicar la indignación. Cada frase polémica, cada declaración de impacto, no solo genera discusión, sino que alimenta un ciclo que lo amplifica. Y en este modelo, no importa si la premisa es cierta o no. Lo que importa es cómo se viraliza. Aquí entra en juego la lógica del capitalismo de plataformas: el poder ya no se acumula a través de la política tradicional, sino mediante la economía de la atención.

Las plataformas sociales, como Twitter o Facebook, no son neutrales en este proceso. Son el terreno donde las emociones se monetizan, donde el caos se convierte en contenido, y donde las reacciones se convierten en capital político. El algoritmo no premia el debate racional ni la construcción de consensos. Premia la polarización, el conflicto, la viralidad. La indignación se convierte en un producto que se consume y se distribuye rápidamente, creando una red de retroalimentación que alimenta el ciclo de polarización y refuerza el poder de aquellos que mejor entienden cómo manipularlo.

En este contexto, Milei no está solo. Los actores políticos y sociales que mejor se adaptan a este modelo son los que comprenden que la política no es ya un espacio de discusión profunda, sino un mercado de atención. Las plataformas no son solo canales de comunicación, son mercados de emociones. La política se convierte en un espectáculo donde lo importante no es lo que se dice, sino lo que genera reacciones. Cada indignación, cada debate, cada grito de un opositor, es un eslabón más en una cadena que aumenta la visibilidad de un mensaje que, por su naturaleza polarizante, genera más reacciones. Y eso es lo que realmente importa.

Es aquí donde se puede ver la simbiosis entre la acumulación cuántica de poder y el capitalismo de plataformas. En la política tradicional, se sumaban bloques, se construían alianzas. Hoy, la acumulación de poder se da en un solo punto, generando calor y aceleración, como en una reacción cuántica. Y este punto no es un bloque de votantes, sino un punto de atención: un tuit, un video viral, una declaración que incendia las redes.

El capitalismo de plataformas funciona bajo la lógica de la explotación de la atención. El tiempo de los usuarios es un recurso valioso que se convierte en capital cuando se canaliza hacia la creación de contenido viral. Las plataformas no solo facilitan la distribución de este contenido, sino que también lo moldean, priorizando aquello que genera mayor interacción. Esto crea un ecosistema donde el ruido y la polarización son recompensados, mientras que el consenso y la deliberación racional quedan relegados a un segundo plano.

Lo más interesante es que, en este nuevo esquema, los actores políticos como Milei no necesitan hacer un esfuerzo consciente para “sumar” votos o apoyo. En lugar de eso, se centran en provocar reacciones que se amplifican en las plataformas. Y lo hacen de manera sistemática, entendiendo que la indignación y el conflicto son los productos más valiosos en el mercado de la atención. Es un ciclo que se retroalimenta: cada indignación genera más atención, y cada vez que la atención crece, se refuerza la polarización, alimentando el poder de quienes mejor manejan este flujo.

El resto de la política argentina, atrapada en la lógica tradicional de bloques y acuerdos, no sabe cómo romper este ciclo. Responde a las provocaciones con más indignación, con más gritos, sin darse cuenta de que está alimentando la máquina que Milei ha aprendido a manejar. Cada ataque, cada intento de refutar sus declaraciones, no lo debilita, lo fortalece. En lugar de construir un discurso que rompa con esta dinámica, la oposición cae en la trampa de las plataformas: se convierte en contenido, en espectáculo, en parte del ciclo que refuerza la polarización.

En este escenario, la política se convierte en un mercado de emociones donde el contenido viral es el rey. Las plataformas, que originalmente fueron vistas como una herramienta para la democratización de la información, ahora son los canales que amplifican las tensiones y el conflicto, convirtiendo la política en un producto más para ser consumido. El debate se vuelve superficial, se pierde la capacidad de construir consensos, y el poder ya no se acumula en los partidos ni en las instituciones, sino en las plataformas mismas, donde la atención se convierte en la moneda más valiosa.

La pregunta es, ¿hasta cuándo podrá sostenerse este modelo? ¿Qué pasa cuando la indignación ya no sea suficiente? En un país como Argentina, donde todo parece estar al borde del colapso, estas preguntas no son solo teóricas. Son urgentes. Pero mientras tanto, seguimos atrapados en esta lógica cuántica y de plataformas, donde el poder no se acumula sumando, sino explotando. Y mientras el caos crece, el espectáculo continúa, alimentado por una máquina que no parece tener freno.

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